Domingo 23 de noviembre de 1997. Rosario Central 4 - Newell’s Old Boys 0. Un resultado histórico que quedó marcado a fuego en la historia del clásico de Rosario. Central arrasó a su rival más acérrimo y ganó 4-0. NOB se quedó con siete hombres por cuatro expulsiones en el segundo tiempo. Con los tres cambios hechos, se lesionó José Oscar Herrera. El árbitro dio por finalizado el partido por la cuestión reglamentaria de no poder jugarse con seis futbolistas de un equipo. Fueron cuatro tantos y de no haberse suspendido podrían haber sido algunos más. Aquella tarde calurosa de primavera resultó inolvidable para los centralistas. Allí comenzó a edificarse la historia victoriosa de Miguel Ángel Russo como DT auriazul y como entrenador en derbis rosarinos.
Ahí estaba yo haciendo mis primeras coberturas de fútbol un año después de haberme graduado en comunicación social en la UNR. Osvaldo Olmedo (locutor él) me había dado la oportunidad de cubrir a Central y a Newell’s como local. Hacía las notas post partido y las pasábamos los lunes en el programa de media mañana de FM del Rosario. Una radio católica con una temática más bien inclinada hacia la religión mayoritaria en Argentina. Aunque iba a contramano de la línea editorial del medio, ahí iba yo con mis 23 años.
La salida de los jugadores de los vestuarios era el momento del trabajo más arduo. Conseguir la palabra de los jugadores. Aquella tarde, los centralistas reventaban del gozo. Hablar con ellos era lo más simple. No así con los rojinegros por cuestiones obvias. Pasaron referentes de Central como Marcelo Carracedo u Horacio Carbonari. Sobraba material para el magazine semanal de media mañana. El último en salir fue Rubén Da Silva, el “Polillita”. El delantero uruguayo, autor de un gol, decidió no hablar con la prensa pese a las circunstancias tan faustas. Rubén no era ni es muy amante de hablar con la prensa.
El puñado de periodistas allí (la dimensión de la prensa era mucho menor en el ’97 en aquellos partidos que en la actualidad) lo abordó en patota. Da Silva mantuvo la boca cerrada pese a la insistencia de los colegas. Esquivó a todos menos a mí. Le pedí una declaración sin piedad y sin pausa. Le pregunté unas 14 veces mientras se iba desde la salida de los vestuarios hasta el sector del estacionamiento en el estadio de Central.
“¿Cómo fue el gol, ‘Polillita’?”, pregunté una vez más. El uruguayo advirtió que yo no cejaría en mi intento ni debajo de su cama. Lanzó una frase corta que creo recordar. Algo así como: “Fue un lindo gol”. Cuatro palabras. Sí, cuatro. Pero las pronunció. Lo había conseguido. Tenía una declaración de Da Silva. La tarea estaba cumplida. El acosado, aliviado.
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